En que el autor cuenta de dónde y cúyo es

El castillo de mi pueblo

 

Me llamo Baltasar Fra Molinero, hijo de Baltasar Fra Parra y de Pilar Molinero Bustos. Mis padres se conocieron durante la guerra civil española (1936-1939) en el pueblo de Leganés. Mi padre se había ido voluntario del servicio de correos al frente, para evitar problemas en su pueblo natal, Ponferrada, en donde sus amistades con republicanos y socialistas, regadas con vino del Bierzo y botillo, resultaban en aquellos momentos profundamente inconvenientes.

Mi madre se había educado en un colegio de monjas de la Caridad en Carabanchel Bajo, en Madrid. La guerra civil la dejó sin colegio, y fueron las suyas unas largas vacaciones, amenizadas por los obuses de uno y otro bando en Leganés, donde vivía con sus tías y primas. A su tía María le asustaban los aviones alemanes y se hacía la señal de la cruz cada vez que pasaban, o dejaba de tender la ropa en el patio y se metía en casa. Mi madre se pasó la guerra de enfermera voluntaria en el bando de los nacionales de Franco. Muchacha preparada a temer los cuerpos de los hombres, ahora los tenía delante de ella en todo su esplendor, dolor y miseria. Fue por esa época cuando se enamoró platónicamente de un morito de los Regulares que les había tocado acoger en su casa obligatoriamente. Años más tarde, cuando murió Naser en Egipto, a mi madre se le escapó un suspiro ante el televisor.

Y en esto mis padres se conocieron como típica pareja de guerra. A mi padre no le corría prisa eso de casarse. Acabó la guerra y se planteaban dificultades muy serias que hacían la idea del matrimonio aún menos apetecible. Así que mi madre tuvo que poner las cartas boca arriba y decirle a mi padre: ¿oye tú, nos casamos o qué? Mi padre dijo: "tú siempre haciendo preguntas, pues claro." Lo que estaba claro era que mi abuela Farruca le estaba dando prisas a su hijo menor para que asentara la cabeza.

Y se casaron. En Madrid. Y se fueron a vivir a Ponferrada, porque Madrid estaba imposible, a pesar de que a mi padre le ofrecía el bando vencedor una posición importante en la Dirección General de Correos. Pero él prefirió la vida retirada de El Bierzo, junto a los suyos. La alternativa era vivir realquilados, y para eso están las películas de los años cuarenta si alguien quiere hacerse una idea.

Les nacieron cinco hijos: Pili, Dito, Paqui, yo, el cuarto, y Emilio.

Yo nací el 7 de abril de 1958. Fue en casa, como todos mis hermanos. Asistió de comadrona mi prima Elva. Me dicen que se me enroscó el cordón umbilical al cuello y creyeron en un principio que había nacido deficiente mental, porque el ojo derecho miraba excesivamente contra el gobierno. Y mirar contra el gobierno en aquellos años era de orates.

Mi nombre iba a ser José, en recuerdo de mi pobre tío Pepe, que se había muerto hacía no mucho. Pero en el registro civil, el funcionario, que conocía a mi padre de toda la vida, le convenció de que le pusiera su nombre, para que no se perdiera, que yo probablemente iba a ser el último, y que si patatín, y que si patatán. Cuando volvió a casa y comunicó el cambio todos se quedaron sorprendidos. Pero yo fui una sorpresa siempre. Vine al mundo por un fallo del método Ogino. Después de ocho años sin novedades, mi madre quedó embarazada de mí. Y dos años después, otro curioso fallo del dichoso método tan bendecido por el Vaticano antes y después del Concilio, y llegó al mundo mi hermano Emilio. Mi madre, unos años después, dejó de leer a Santa Teresa y se compró el Catecismo Holandés. Así que me pusieron Baltasar, un nombre que ha estado en la familia desde hace varias generaciones.

Me dicen que fui siempre un niño bueno. Que comía sin protestar, que no lloraba mucho, y que me aguantaba las miserias de la infancia.

Para otro día añadiré un segundo capítulo, que ahora estoy cansado.

Hablaré del traslado de la familia a Santiago de Compostela, de mis estudios, de mis estancias en Inglaterra, Sevilla y mi llegada a Estados Unidos. Y mi gran amor, Charles.