Esto es un botillo virtual:

Un botillo es una comida romana de gente pobre hoy llegada a más rica.

Básicamente es la tripa del estómago de un cerdo--gocho, en el dialecto berciano--al que se le añaden trozos de carne que han sobrado después de hacer los chorizos. También se meten los huesos que han quedado después de mondar la carne, etc. Mi tía Ángela, que e.p.d., era una exagerada, y mondaba los huesos de tal manera que no quedaba carne en el botillo. Sus botillos eran trístemente célebres. Pero por otro lado, mi tía Ángela tenía un pelo rubio bellísimo que era la envidia de todas sus cuñadas, y ponía celoso a su marido, el difunto tío Bernardo. Mi madre, que es de Madrid, cuando llegó a Ponferrada en 1942, sufrió un choque cultural. Ella, acostumbrada a hacer recetas de foie gras, tuvo que adaptarse. El foie gras que hizo el primer invierno no lo comió nadie, excepto mi tía Otilia, que Dios haya, que en un acto de camaradería femenina, lo aceptó con grandes fiestas y lo comió con azúcar. Pero treinta años después fue mi madre la que recibió el honor de otras mujeres en la matanza de hacer la prueba de la sal y el pimentón para hacer los chorizos. Y siguió haciendo foie gras, por supuesto. Y hasta con nuez moscada. Esta última novedad coincidió con la muerte de Franco.

 

Volvamos al botillo: la carne, el tocino, los huesos, la cola del gocho, todo se pone en la tripa del divino animal. Gocho viene del latín coctum, es decir, algo cocido, cocinado. A los cerdos en el Bierzo se los sueña en la cocina desde que los paren al mundo. Todo ello muy sazonado con pimentón de La Jara, en Extremadura, sal y ajo.

Pues bien, este engendro se cuece enrollado en un trapo atado con hilo de bramante durante tres horas. Se sirve acompañado de más chorizo, cimas, o grelos si se es nacionalista galego irreprimible.

 

Cuando está mejor es el día de Añonuevo.

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