Lewiston, a 20 de diciembre de 1998
Queridos padres: Como os prometí por teléfono esta tarde, os escribo para contaros algo de cómo han transcurrido estas últimas semanas. Este semestre, desde setiembre, ha sido de lo más movido para mí. No tanto por la cantidad de veces que he viajado, sino por la perspectiva de viajes inmediatos y futuros. En octubre se aprobó mi solicitud de establecer un curso en Ecuador con alumnos de Bates College y otras dos universidades de aquí cerca. Iremos, Dios mediante, un compañero colombiano de otra de esas universidades y yo. Ya estamos haciendo los preparativos, y para febrero tenemos planeado un viaje de una semana a Quito para ir preparando el terreno. A esa noticia se añadió la aprobación de otra propuesta mía de un curso corto en la primavera en el que voy a llevar a unos estudiantes a España y Marruecos, para hacer el recorrido histórico y cultural de las tres religiones medievales de la Península ibérica: cristianismo, judaísmo e islam. En medio de tanto preparativo es cuando me llegó por fax la invitación urgente de ir a Cuba a hablar de Chicaba, con todos los gastos pagados. No lo dudé un instante, porque sabía que las emociones iban a ser de consideración.
Apenas tuve tiempo de prepararme mentalmente. Tenía que ultimar el trabajo, que os mando con esta carta, para que lo leáis, que está en castellano. Luego tenía que conseguir el visado para entrar en la República socialista (?) de Cuba. Hice más llamadas a su consulado en Washigton (o lo que pasa por consulado, que debe de ser un despacho en la embajada suiza) que pelos tengo en la cabeza. Al final, el visado no llegaba. Llamé a La Habana, a la Agregada Cultural de la Embajada española, y ella muy amablemente se interesó. Me preguntó que qué gestiones había hecho yo:
--He hablado con el encargado cubano de estos asuntos en Washington
--Un señor que se llama Dagoberto?
--Sí, Dagoberto Rodríguez, lo conoce usted?
--Que si lo conozco. Voy a llamar inmediatamente al Ministerio de Asuntos exteriores cubano, y
le mando un fax con lo que me digan.
A la media hora no fue un fax, sino un mensaje electrónico en que la agregada, María Amezcua,
me dice que mi nombre ni figura entre los que han solicitado visado académico. Mis cincuenta
dólares de derechos consulares se evaporaron, por lo visto. Me dice que me vaya como turista.
Para ese viaje, literalmente, no necesitaba alforjas.
Así que me presento en Cancún, México, el 4 de diciembre. El calor es bochornoso, viniendo de
Maine. Yo con mi camisetita todavía debajo de la camisa, y sudando. México siempre me
sorprende por la cantidad de gente que hay por todas partes. Por suerte para mí, había elegido un
hotel en el centro de la ciudad, menos turístico que los de las playas. En el taxi colectivo que me
llevaba del aeropuerto a la ciudad se iban despegando cuerpos rubios de norteamericanos en
busca de vacaciones y alcohol baratos. Al final me quedé yo solo con el conductor, que se
extrañaba de que quisiera ir a aquel hotel. Me preocupé y le dije si había algo malo en él. Me dijo
que no, que todo lo contrario, pero que no era típico de turistas. Yo le dije que no iba a Cancún a
hacer turismo.
El hotel de Cancún era una construcción de los años cincuenta, con patios y luz por todas partes. A la mañana siguiente me despertó el canto del gallo. No era un gallo, sino un faisán en una jaula. Suenan igual. Desayuné tranquilo, me fui a una papelería a comprarme una libreta para hacer apuntes de viaje--me costó ochenta pesetas, pero me hicieron dar más vueltas que una peonza: uno me la daba, otra me firmaba el recibo, y luego tenía que ir a la caja, como en las tiendas antiguas de Ponferrada, me imagino, donde no se fiaban de los empleados. Ya con todo listo, me fui al aeropuerto. Al llegar, me di cuenta con sorpresa que no había cola para mi vuelo. Qué bien. Yo siempre voy con tiempo adelantado. Al llegar al mostrador de Aerocaribe, el mazazo:
--Señor, el vuelo ya está cerrado, sale en diez minutos.
--Pero cómo, no sale a la 1:15? Sólo son las doce menos cuarto.
--No señor. Mire, su billete pone 11:50.
No había leído el último cero. En mi vida me había pasado algo parecido. Todos los vuelos siguientes estaban ya vendidos, y hasta los de dos días después. De repente debió de haber en las alturas una reunión de urgencia entre la Virgen de la Encina, la Caridad del Cobre ( que es también en Cuba la diosa yoruba Ochún), Sor Teresa Juliana de Santo Domingo que probablemente era yoruba ella , y sabe Dios quién más, porque hete que aparece una señora dando gritos en inglés que a ella la tienen que dejar pasar. Venía de un vuelo retrasado y le estaban guardando el sitio. El empleado que me atendía a mí se dio cuenta inmediatamente y al ver que el vuelo no estaba realmente cerrado, me metió en él, lo que le agradecí inmensamente. Salí corriendo a la puerta de embarque, haciéndome cruces, y luego ya fue todo coser y cantar. Bueno, el asiento de mi avión tenía una gotera que me hizo cambiar de sitio, pero qué es una gotera en un avión ante la perspectiva de perderlo. Y Cuba es una isla, con el incoveniente de todas las islas: ni carretera ni tren llegan a ella.
El vuelo desde Cancún a La Habana es de sólo una hora, porque Cancún está en la punta de la
península de Yucatán, y Cuba casi toca esa península. Al llegar al aeropuerto, larga espera para el
control de pasaportes. Era un control férreo, pero selectivo. Te miran los papeles por todas
partes, pero si sacas un perrito pequinés del bolso, como hizo la señora delante de mí, que a voz
en grito saludaba desde un teléfono móvil a su parentela (--Cuca, sí, que estoy en La Habana ya,
chica), no pasa nada. Los perros pequineses no son sospechosos de nada de momento. A un
pobre muchacho jamaiquino le negaban la entrada porque en su pasaporte de Jamaica decía bien
claro que él había nacido en Cuba. El chico se expresaba en un español que no dejaba lugar a
dudas de que sólo lo hablaba en casa. Resulta que el gobierno cubano pone muchas dificultades a
los expatriados cubanos que usan otros pasaportes. El juraba que se lo habían llevado a los tres
años. Me tocó el turno a mí y ya no supe más. El guardia me pidió, lo primero, la reserva del
hotel. Yo no la tenía, porque todo me lo habían gestionado desde Sevilla. Pero los santos seguían
trabajando desde la mañana, y le enseñé las cartas que me invitaban, con el nombre del Hotel
Ambos Mundos y le pareció suficiente. Además, viniendo desde los EE.UU. y con tanto papel
como le mostraba, y con pasaporte español, la historia era demasiado rara para no ser verdad.
En la aduana me revisaron todo el material electrónico, por el miedo que tienen a los terroristas
que han puesto bombas en hoteles. Nada es fácil. Mi cara de palestino sigue proporcionándome
entrevistas con todo tipo de personal de seguridad en todas partes del mundo. Al salir de los
controles me agarraban el equipaje como seis manos y un carrito. Todo para llevarme hasta un
taxi y que les diera un dólar de propina. Yo les decía, pero si no, si me están esperando. Y me
estaban esperando, efectivamente. El jaleo que yo estaba armando era señal de que era español y
el español que buscaban. El organizador de las jornadas, Jesús Cosano, y un periodista cubano,
Bladimir, me llevaron todo a su coche y de allí a un restaurante privado a que comiera algo. Los
restaurantes privados se llaman "paladares" y están en casas particulares, que acondicionan la sala
de estar, o el patio de atrás, con tres mesas o así. Comí un cerdo criollo que me supo a gloria.
Luego volvimos al aeropuerto a recoger al resto de la expedición que venía desde Sevilla. Pero
antes salió el cardenal arzobispo de La Habana, monseñor Ortega, y como el periodista le
conocía, nos hicimos una foto con él. Al montar en el coche, y en marcha, el periodista abrió una
botella de ron y echó un chorro a la calzada, para los orichas. Yo me dije: no sabes tú lo que se lo
tienen merecido. La autopista hasta La Habana es nueva, como las instalaciones del aeropuerto.
Pero todo lo que está a su alrededor es una alucinación. Anuncios de whisky escocés con
consignas como "Revolución somos todos" o "Educación y defensa, las dos tareas prioritarias".
Pasamos por la Universidad, la Plaza de la Revolución, etc. Luego en La Habana Vieja todo era
ya diferente, colonial, calles más estrechas pero muy bien trazadas, edificios derrumbándose--los
llama la gente derrumbes, porque el proceso es largo, casi permanente--y otros en reconstrucción.
Plazas porticadas, esquinas de un barroco inverosímil, la catedral con sus dos torres disparejas
que te engañan y las crees parejas, y columnas. Miles y miles de columnas. Soportales por todas
partes. De todos los estilos. Yo creí que estaba en la Plaza del Toral en Santiago, o en la del
Ayuntamiento en Ponferrada, pero no. Es diferente, es el Caribe. La gente usa los soportales no
para pasar bajo ellos, sino para sentarse a la puerta de las casas, para que les dé sombra y corra el
aire. El soportal de La Habana vieja es como una continuación de la casa en la calle. La Habana
Vieja es una ciudad de negros y mulatos hoy por hoy. Pero las reconstrucciones, pagadas por la
UNESCO y otros organismos internacionales, están permitiendo que el gobierno desaloje a los
inquilinos y los mande a la periferia, dejando las nuevas construcciones en manos de los que
tienen poder. Nada nuevo bajo el sol.
Las casas de La Habana Vieja son en muchos casos auténticos palacios convertidos en corrales de
vecinos--solares, en el lenguaje habanero--en donde todo el mundo conoce a todo el mundo, y las
puertas están siempre abiertas. Me recordó mucho a Sevilla y el barrio donde yo vivía. Ahora con
los turistas, habrá cambios, porque la gente mete la nariz donde nadie le pide, y no es fácil
convencer a un extranjero de que esa acera o ese soportal que pisa es realmente un espacio más
privado y vecinal que público. Como no hay muchos coches, los hombres juegan al béisbol en la
calle, pero en serio. O se sienta la gente en la acera con una mesita a jugar al dominó, que es una
pasión.
Tuve tiempo de recorrer La Habana por mi cuenta antes de empezar el programa de las Jornadas. También me llevaron unos amigos cubanos que yo conocía de aquí a su casa en Marianao, un municipio a 13 km del centro, donde conocí otra realidad, o si queréis, la realidad cubana para consumo cubano. Este matrimonio son dos músicos excelentes, con discografía importante. Tienen una hija de diez años. Ella es mulata y el es blanco, lo que no es muy común. Son gente que en otras latitudes pertenecería a la clase media: carrera universitaria, han enseñado en la universidad, etc. Su casa es pequeña, como todas, pero tiene todo lo imprescindible: una nevera de los años sesenta, una cocina de gas de las de poner encima del fogón, como la que tenía Elva en su casa de Ponferrada, la antigua, que me acordé nada más verla. La niña tiene su colección de videojuegos, aunque el color de la televisión está medio estropeado, y todo sale en tonos malvas, pero ella está acostumbrada. En la calle en que viven, unas manzanas más abajo, en una terraza, una familia cría un cerdo. Lo vimos al ir a comprar unas cervezas para la comida. El amigo mío me lo señaló, y lo ví. "Hay noches en que no nos deja dormir, debe de sentirse muy solo". Los habaneros se toman la vida con un sentido del humor que te deja frío. Me dieron de cenar más cerdo criollo. A los invitados siempre les ofrecen carne, que es lo más caro y escaso. Acabé suspirando por unas verduras o un pescado, que lo hay, pero les parece que es como no hacerte los honores.
Estos amigos me fueron explicando cómo es la vida en Cuba. Ellos se consideran privilegiados,
porque sus salidas al exterior les permiten ganar dinero en dólares. La economía cubana es doble.
La gente gana su sueldo en pesos cubanos, que hace ocho años daban para vivir con bastante
decencia. Pero hoy un sueldo de 300 pesos, que es muy bueno, equivale a 15 dólares (2.200
pesetas). El problema empieza con que con pesos no se puede comprar hoy en Cuba
prácticamente nada. La canastilla, que es el nomber de la ración mensual por cartilla, cada vez
incluye menos productos, y los que incluye no se encuentran en los almacenes. Me enseñaron la
cartilla. Ya no dan aceite, carne: una libra de vaca al mes para una familia de tres, los huevos, ni
en sueños. La leche, a partir de los siete años, no se tiene derecho a ella, y estamos hablando de
leche en polvo. O sea, que para ir a la compra se necesitan dólares, y entonces sí. Hay
prácticamente de todo. A los extranjeros no nos dejan pagar con pesos, nos lo cobran todo en
dólares. Yo no tuve prácticamente pesos en la mano. El gobierno de Castro es inteligentísimo: no
hay mercado negro de dinero, como lo había en los otros países socialistas o en Cuba misma
cuando el dólar estaba prohibido. Ahora, el resultado es que la gente está machacada. Buscar
dólares es una obsesión lógica. Médicos y profesionales se ponen a trabajar como ordenanzas de
hoteles por las propinas. En mi hotel--el mismo en que se hospedaron Ernest Hemigway y Valle
Inclán--el ascensorista era un hombre negro de unos treinta y tantos años, que domina cuatro
lenguas. Le oí hablar alemán con unos clientes y le pregunté. Me dijo que estuvo estudiando en
Alemania Oriental, pero que ahora las circunstancias le han obligado a hacer esto. Había
estudiado aeronáutica. Y como me dijo, ya ve usted cuántos aviones voy a poder yo controlar o
diseñar en Cuba.
Los amigos con los que estuve me llevaron por varios sitios de La Habana, y me hicieron notar cómo en los hoteles y restaurantes privados, o en manos de compañías privadas extranjeras, el personal de servicio en contacto con los clientes es casi unánimemente blanco. Al parecer las empresas turísticas españolas son responsables de unas prácticas discriminatorias que no se conocían en la isla desde 1959. Las camareras, blancas. Los mozos de limpieza, negros. El personal gestión, todos blancos. Están plantando las semillas del conflicto.
Por fin el miércoles 9 emperzaron las Jornadas sobre la Esclavitud en España en los siglos XVI y XVII. La asistencia de público los dos primeros días fue moderada, pero muy interesante. El día anterior había habido una conferencia de prensa a la que sólo asistieron dos o tres periodistas--el resto estaba ocupado con el Festival Internacional de Cine, al que asisten anualmente las grandes estrellas del cine mundial--pero dio lugar a que los que participábamos en las Jornadas tuviéramos la oportunidad de conocernos y hablar ya en serio sobre el tema que nos había llevado a La Habana, especialmente la conexión histórica del tema de la esclavitud española con Cuba.
Para mí, lo más válido de las Jornadas fue la oportunidad que se le dio a la gente cubana de hablar
y decir cuatro verdades usando el Centro cultural español. Yo me di cuenta, y no fui el único, que
los compañeros cubanos de las Jornadas eran representantes de la oficialidad del sistema. Las
limitaciones políticas e ideológicas estaban bastante claras desde el principio. Hablar de negros,
pero sin negros. Los negros en el público. El primer día ya se armó una discusión fuerte entre
cubanos, porque el conferenciante, Jesús Guanche, blanco, hizo una crítica a la política
gubernamental de los años ochenta de dar preferencias numéricas a la gente de color para que se
incorporara a sectores laborales que hasta entonces les estaban vedados por discriminación directa
o indirecta. Dijo que aquello había dado lugar a abusos, que se había promocionado a veces a
gente no cualificada. También dijo que existe el peligro de "sobredimensionar" el problema negro
en la sociedad cubana, cuando hay otros problemas más urgentes a veces. La contestación que
recibió fue de órdago. La tengo grabada. Se levantaron dos personas, una de ellas es la
vicepresidenta de la Unión de Escritores y Artistas, una mujer mulata, sin pelos en la lengua. Le
dijo simple y llanamente que las medidas del gobierno para promocionar a negros en los años
ochenta fueron un acto de justicia social, y que si hubo errores y excesos, el problema no estaba
en la ley, sino en la implementación de la ley, y que los éxitos con mucho superaban a los fracasos
o las equivocaciones individuales. Y que lo de sobredimensionar el problema negro, que nada, que
lo que hay es que hablar más de ello, que en Cuba siempre se deja el problema histórico de los
negros para el día siguiente, y que el día siguiente nunca llega.
El segundo día fue cuando habló el amigo de Eduardo, Isidoro Moreno. Hizo una exposición del
tema de su libro sobre la Cofradía de Negros de Sevilla, y dio unos datos muy interesantes,
además de hacer un análisis de esa Cofradía en el contexto social de enfrentamiento con la
aristocracia sevillana y con la Iglesia, que quería hacerse dueña de sus pertenencias. Contó cómo
la historia se reescribe de forma que la víctima siempre desaparece casi sin dejar rastro. En Sevilla
corre la especie de que la Cofradía de los Negritos se hizo blanca por falta de negros en Sevilla.
Según sus documentos eso nunca fue verdad. En Sevilla siempre hubo gente que tenía muy claro
su origen africano, pero que en 1888, el arzobispado dio un golpe de estado y se apoderó de la
Cofradía, dándosela al párroco de la Iglesia donde estaba, el cual hizo elegir una nueva junta ya de
blancos. La Cofradía de Negros al parecer siempre fue una fuente de problemas, porque era
díscola y no aceptaba la intromisión de otros fácilmente. En los años treinta era la única Cofradía
republicana de Sevilla, y el alcalde republicano de entonces pertenecía a esa Cofradía. Intentaron
prohibirla varias veces, en sus procesiones del siglo XVII, la gente blanca se metía con las mujeres
negras cofrades y las insultaba y pellizcaba (las cofradías antes eran mixtas, hasta el siglo XIX, en
que la jerarquía eclesiásticas las hizo un feudo masculino). La gente del público comentó cómo los
cabildos de negros de Cuba siempre han sido objeto de persecución policial, incluso durante el
presente régimen. Como os digo, la gente se lanzó a hablar cosas que tenía ganas de decir. El otro
conferenciante del día, el italiano Alessandro Stella, nos habló de caso de negros esclavos y libres
de Cádiz, y de cómo venían a América y volvían con relativa facilidad: un mundo nada estático, en
contra de la idea de una esclavitud basada en un mundo sedentartio.
Por fin me llegó el turno a mí el día 11. Yo era el único conferenciante ese día, lo que me tenía escamado, porque después de mí había una mesa redonda y la actuación de un sexteto musical bastante famoso. Yo por si acaso procuré preparar algo que no se pasara mucho en el tiempo. Y empecé hablar de la monja africana y a contar su vida. Repartí copias del poema suyo que se conserva. Hablé de cómo se las ingenió para liberarse de la esclavitud, entrar en el convento, hacerse alguien importante a pesar de que la consideraban la última por ser negra. Por lo visto a la gente le gustó lo que dije y cómo generalicé su caso al de tantas mujeres negras del pasado y del presente. Hablé de la cultura europea y americana que no reconoce el carácter sagrado del cuerpo femenino a una mujer negra, que no le reconoce su maternidad como fundamento de una familia legítima: les quitaban sus hijos, las violaban, sus amos no reconocían los hijos habidos en ellas, etc. Hablé de cómo la Iglesia católica tiene un verdadero problema en su visión histórica de la esclavitud, al querer hacer santos negros hoy sin revisar ni analizar su papel horrendo en la esclavitud. Después del Rey de España, la Iglesia--especialmente los jesuitas--era la mayor dueña de esclavos del continente. Al final la gente me aplaudió hasta cansarse, lo que me dejó apabullado, porque no me lo esperaba. La sala estaba llena, y me habían dicho que mi presentación era la especial. Yo no entendía nada, porque los otros compañeros son gente muy importante a la que yo he leído y de la que he aprendido mucho. Pero así son las cosas. Hasta flores me dieron. Luego vinieron las preguntas y comentarios. La gente se deshacía en elogios y pedía que se empiece a estudiar a Sor Teresa en los cursos de literatura.
Después de las preguntas se organizó una mesa redonda en la que la gente se lanzó a pedir que
este tipo de encuentros se repita y se abra la temática a problemas más contemporáneos. Yo
aproveché el momento para proponer que el próximo encuentro se haga en Sevilla y que la
presencia negra cubana sea como mínimo del cincuenta por ciento. La gente (negra) aplaudió la
idea y la apoyó. Algunos blancos cubanos tardaron en reaccionar pero cuando lo hicieron la
discusión se acaloró, con tiras y aflojas de quién controla la información y el poder de acceso a la
cultura en Cuba, que los negros están hartos de que se use su cultura de puertas afuera para
vender Cuba pero que a ellos no se les deja tener protagonismo en cómo definir esa cultura que se
predica en su nombre, y cosas de ese jaez. Destapé, queriendo, la caja de los truenos, porque me
lo imaginaba que iba a ser así. Isidoro Moreno tomó la alternativa y dijo incluso cosas más fuertes
todavía a los que criticaban la idea de una alta participación de gente negra en unas jornadas sobre
culturas afroamericanas.
Con Isidoro Morono la conexión fue automática. Nos caímos bien desde el principio. Él es un
investigador muy serio y una persona muy comprometida con lo que trabaja. No es una persona
que se desligue de las cosas que estudia. Me estuvo contando de sus andanzas americanas en los
años setenta, y otra de las participantes, Berta Ares, gallega afincada en Sevilla, me contaba cómo
él había sido su profesor en los últimos años del franquismo, que en sus clases la gente iba a
respirar algo de libertad de expresión. Isidoro Moreno estudia entre otras cosas la antropología
del trabajo (es decir, cómo se trabaja, que el trabajo, de cualquier tipo, es una actividad cultural,
tal vez la más importante). Tuvimos los dos conversaciones muy jugosas, y el último día
desayunamos con la Vicepresidenta de la Asociación de Escritores y Artistas para organizar una
estrategia y poder hacer las siguientes jornadas en Sevilla.
Llevo escribiendo cinco páginas y otras cinco podía seguir escribiendo. Cuba me ha dejado una
impresión más fuerte de cualquier otra que haya tenido en muchos viajes que he hecho. Yo iba ya
preparado para que me gustase, pero las emociones fueron muchas y profundas. Me acordé de mi
prima Mari Nieves y sus envíos de medicinas. La gente se queja de que esas medicinas luego el
gobierno las entrega pero hay que pagar dinero como "contribución a los gastos de envío", y
cosas así. El caso es que la gente en Cuba agradece lo que se les envía desde fuera, pero su
orgullo de nación les hace revolverse ante la estupidez de la política de su gobierno y el embargo
de los EE.UU, que son como el hambre y las ganas de comer. Yo me encontré, como os dije por
teléfono, como la tía Carmen, llevando cosas desde los EE.UU. que no se encuentran si no es
pagando lo que no tienen. Yo se lo comentaba a estos amigos, y ellos sonreían. La diferencia sin
embargo está en que los cubanos saben lo que hay fuera, y los españoles del primer franquismo
no, por el terrible aislamiento del país. La televisión cubana emite programas en inglés pirateados
de los EEUU constantemente. La gente, si sabe inglés, se entera de todo lo que quiere. Ahora,
además, con el internet y el fax, el gobierno más o menos ha dejado de interesarse en controlar el
acceso a la información. Pero sigue controlando las asociaciones, y las reuniones. Su control más
fuerte sigue siendo el de la economía, que es un descontrol. Con la doble economía, nadie paga
impuestos de ventas a nadie. No se dan recibos de nada. Porque, a todo esto, las cosas pagadas en
dólares, no son baratas. Son casi al mismo precio que aquí o que ahí en España. Fuimos a una
fábrica de tabaco, y las cigarreras nos vendían los cigarros puros por debajo de la mesa a dólar la
unidad, y los supervisores miraban para el otro lado. Aquella gente gana el equivalente de 1.100
pts. al mes, 150 pesos. Una de las compañeras de las Jornadas, Enriqueta Vila, historiadora y ex
concejal de cultura del Ayuntamiento de Sevilla, dijo después de la visita a la fábrica que cuando
llegara a Sevilla quitaba la foto que tiene en el salón con ella y Fidel Castro. Porque lo peor es que
las diferencias sociales se notan con fuerza. Al salir de La Habana pasábamos por el barrio de
Miramar, que los guías nos describieron como el "barrio diplomático" para justificar lo bien
cuidadas que están aquellas casas. Pero eran muchas casas y muchas calles por mucho
diplomático que haya por La Habana. Allí y en el Vedado viven los protegidos del sistema, y
claramente viven mejor que los demás. La gente se queja de que no hay libertad de expresión, y
que la opinión suya no cuenta. Lo curioso es que de Castro la gente no habla mal precisamente.
Yo estuve hablando con gente que tuvo problemas con el régimen, muy críticos, y que no tienen
precisamente miedo. Sólo quieren que deje el gobierno, que ya están cansados. El cansancio se
comprende. La gente de cuarenta años para arriba lo dio todo al sistema socialista y ahora se
encuentran con que el sistema está siendo desmantelado pieza por pieza, y a ellos nadie les
pregunta si están de acuerdo o no.
Cuba era una cuenta pendiente que yo tenía conmigo mismo, y espero volver. Me dio la impresión
allí de estar en casa de familiares. Realmente los cubanos son familia nuestra.
Un abrazo muy fuerte de vuestro hijo, que os quiere,