POÉTICAS DE POETAS
Angela
María Dávila: A punto de ser domesticada, 1990
Ángela María Dávila (Puerto Rico, 1944- 2003)
A
punto de ser domesticada chisporroteando debajo de las ollas o esperando encima
de la mesa transcurre inadvertida. al claro del día
justo al pie de la noche lava lagañas, dirige los aseos, peina de prisa y besa
despidiendo. colada en el café se escurre por el aire
mientras resbala imperceptible mojando las paredes. mezcla,
combina los sabores milenarios los ordena moviendo. volteando
prueba una y otra vez el alimento que bulle en su caldero infinito. luego lava y limpia por las esquinas conjurando los mundos
invisibles. clandestina, baja al patio oreando voces y
añilosa; sacude, pincha y tiende al sol gigantescos
papeles blanco cloro. sube se baña canta. más tarde tiende las camas instalándose ineludible, nocturna
por fuerza compite con la noche se desnuda tentando entre la oscuridad y el
placer. subrepticia y solapada avanza y vence.
Siempre
subversiva. Aquí (así) sobrevive la poesía.
Blanca Andreu: Poética,
2001
Blanca Andreu (La Coruña, 1959)
En
esencia, la imaginación no es sólo la más rara de las facultades humanas sino
un impulso creador que se proyecta sobre el futuro y lanza semillas que son
sueños.
El que ama los libros suele llegar a sospechar que a veces las tenues
realidades soñadas por los hombres se implantan verdaderamente y crecen hasta
adquirir presencia.
Cuando se alcanza a suponer eso y se hojea la clase de literatura que se
escribe a la sazón, carente casi por completo de color y bastante sórdida a
causa de la cantidad de vulgaridades empingorotadas y tópicos de élite que
ostenta, uno se pregunta demasiadas cosas y desearía poseer verdaderas armas de
escritor, de poeta, para combatir todo eso con lo potencialmente existente, con
aquello que podría ser justo lo contrario.
Sacar de la no existencia a la existencia algo que llevara en sí las categorías
platónicas, algo que tuviera parte, formara y conformara lo bueno, lo bello y
lo verdadero: esa es mi ambición y mi anhelo como cazadora de versos.
Gabriel Celaya: La poesía es un arma cargada de
futuro, 1955
Gabriel Celaya (Hernani, 1911-Madrid,
1991)
Cuando
ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmando,
como un pulso que golpea las tinieblas,
cuando
se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.
Se
dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.
Con
la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.
Poesía
para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Porque
vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.
Maldigo
la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Hago
mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.
Quisiera
daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica, qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.
Tal
es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.
No
es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son
palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra, son actos.
José Ángel Valente: Poética, 1976
José Ángel Valente (Orense, 1928-Almería, 2000)
Poética
Dragón
(acoplado a la trucha
engendra el elefante).
Ut
pintura
Mucha
poesía ha sentido la tentación del silencio. Porque el poema tiende por
naturaleza al silencio. O lo contiene como materia natural. Poética: arte de la
composición del silencio. Un poema no existe si no se oye, antes que la
palabra, su silencio.
Juan Ramón Jiménez: Poema, 1918
Juan Ramón Jiménez (Huelva, 1881-SanJuan de
Puerto Rico, 1958)
Vino,
primero pura,
vestida de inocencia;
y la amé como un niño.
Luego se fue vistiendo
de no sé que ropajes;
y la fui odiando, sin saberlo.
Llegó a ser una reina,
fastuosa de tesoros...
¡Qué iracunda de yel y sin sentido!
... Mas se fue desnudando.
Y yo le sonreía.
Se quedó con la túnica
de su inocencia antigua.
Creí de nuevo en ella.
Y se quitó la túnica,
y apareció desnuda toda...
¡Oh pasión de mi vida, poesía
desnuda, mía para siempre!
Nicanor Parra: Arte poética, 1997
Nicanor Parra (Chile, 1914)
Biliografía escogida: Poemas y antipoemas,
Cátedra, 1988. Poesía y antipoesía, Castalia,
1994.
1%
de inspiración
2 de traspiración
& el resto suerte
Pere
Gimferrer: El porqué de la poesía, 1985
Pere Gimferrer (Barcelona, 1945)
Es
muy sabido: los que escribimos poemas somos los primeros en hacernos la misma
pregunta que se puede hacer la gente corriente, la pregunta sobre la posible
razón de ser de la poesía. No se le ocurre planteársela al adolescente
solitario y febril que, con pulso torpe, inscribe en papel blanco o rayado o
pardo la radiografía del sueño. Ni —en edades enterradas— cabía preguntarse si
era útil el poeta que se beneficiaba de un mecenazgo, y sentía un encaje entre
la sociedad y la obra. Depositario de lo sacro, oficiante del Buen Gusto o de
la belleza, el poeta antiguo o el poeta cortesano cumplían un cometido social.
Es en los tiempos modernos cuando la condición del novelista se afirma; la del
poeta, en cambio, se convierte en incierta y difusa.
¿Para
qué poetas —se preguntaba un romántico, hace más de cien años— en estos tiempos
menesterosos? Y, hace sólo unos decenios, otro poeta hablaba de su «oficio o
arte aburrido». Es un mester no muy apetecible,
muestra, más bien, tendencia a la modorra, el cuerpo social apenas lo reclama,
y ni siquiera es seguro que pueda competir con éxito con el resplandor
instantáneo de una pintura o de un filme de aceptación, o, en otro sentido, con
la sedimentación sinuosa y lacustre de una novela. Pero, pese a todo, la
memoria retiene algunos poemas; o, simplemente, la impresión —tenue, indeleble—
del recuerdo de su lectura. Son instantes que hemos vivido; y quizá es aquí —en
la perennidad de unos pocos instantes precisos- donde tendremos que buscar el
porqué del poema.
Veamos
la esencia de estos instantes; veamos la esencia de un momento poético
concreto. «En tendre prat gaudir el paisatge estricte», empieza un soneto de J. V. Foix.
He aquí, quizá, una manera de situarnos en el terreno
adecuado. Sentimos la ternura del prado; sabemos que es «tierno» porque tiene
un verdor dulce o porque lo ha humedecido el rocío. Pero el paisaje es
«estricto», preciso, bien dibujado, nítido, de contornos seguros. Lo vemos
ahora con mayor nitidez, con claridad definitoria, más firmemente deslindado
que en la visión confusa de la vida corriente. El verso nos lo hace ver así.
Quizá,
en definitiva, todo arte no es sino un punto de vista para ver el mundo —un
instante sólo—, no como idea vivida día a día, sino como presencia que, de
súbito, estalla ante nuestros ojos. Es así como Jorge Guillén, en un crepúsculo
de ciudad —asfalto y esquinas hotiles—, nos habla de
«El ventarrón de marzo, / tan duro que se ve». Sí: vemos el viento, esquinado
en la aspereza de los muros inhóspitos, en este crepúsculo marzaleño
y hosco. y quizá por eso el crepúsculo —instante
transitorio— es como la morada natural del estado de espíritu que nos puede
abrir el poema.
El
máximo poeta de los llamados «crepusculares» italianos de comienzos de este
siglo, Sergio Corazzini, describió este estado: «Santitá delle sere
/ che nom hanno domani», es decir, la santidad de los atardeceres que no
tienen mañana. Este instante de visión nítida —el poema— tiene la claridad
transitoria e inusual del poniente que luce y morirá como todos nosotros.
Quietos, nos deja al borde de la plegaria ante el mundo natural.